Consorcio de intereses para crear adicciones

Comparaciones desafortunadas

jueves 20 de junio de 2024

Otra vez aparece el problema del consumo de alcohol metido en discursos relacionados con los consumos de drogas ilegales, o sea con relación al narcotráfico. Y se sigue mezclando el alcoholismo con la drogadicción, en las consideraciones que cada tanto hacen funcionarios estatales al referirse a las luchas contra las adicciones.

Es cierto, es obvio, que el consumo de bebidas alcohólicas puede llevar a la dependencia y a otros males, y por lo tanto el peligro de adicción a ellas debe ser combatido y prevenido; pero que este combate y la lucha contra tal adicción se hagan simultáneamente desde los mismos ámbitos institucionales, y desde los mismos discursos y campañas preventivas, puede llevar al descuido de la lucha contra la narcocriminalidad.

El consumo de bebidas alcohólicas si bien puede ser peligroso para la salud (y seguramente lo es si se va más allá del famoso “medio vasito”), no está necesariamente relacionado con la tremenda criminalidad que hay siempre detrás de una dosis de cocaína, de heroína, de paco, de marihuana, y de las ya tantas otras sustancias mortales e ilegales que son producidas, traficadas y comercializadas por organizaciones mafiosas de altísima peligrosidad que no sólo matan o enloquecen a sus víctimas sino que también debilitan y a veces copan directamente a los Estados nacionales o regionales.

Los bodegueros y quienes forman parte de las cadenas de las industrias de vinos y licores, por supuesto, no hacen eso, y forman parte de la normal actividad productiva y comercial. Sí es sumamente importante y necesario que tanto desde los organismos estatales y desde las organizaciones sociales se busque prevenir el consumo riesgoso de esas bebidas; pero no en un esquema funcional o discursivo que se ubique dentro de la lucha contra la prevención del consumo de drogas.

Ya hace tiempo tuvimos en Misiones un ministro de Gobierno (Jorge Franco) que dijo públicamente y más de una vez que el principal problema en Misiones no era el consumo de drogas ilegales sino el consumo de bebidas alcohólicas, y que esta provincia era sólo una zona de paso para los narcotraficantes; confundiendo así con ese superficial e inexacto diagnóstico a quienes tienen la ardua tarea de estar en las primeras filas del combate a la narcocriminalidad.

Y no parece que haya sido casual que durante aquel ministerio se hayan observado fantasmagóricos ingresos de enormes vehículos que al parecer contenían sustancias útiles para la elaboración de drogas ilegales, y que esas cargas hayan desaparecido rápidamente de los radares investigativos, al tiempo que aparecían informaciones sobre existencias de “cocinas” de cocaína en la provincia; como seguramente tampoco habrá sido casual que apenas tal ministro debió dejar su cargo se haya comenzado a registrar en Misiones un aumento de decomisos de cargamentos de drogas y una evidente mejor lucha contra el narcotráfico.

Afortunadamente, ya nadie con responsabilidades institucionales difunde el peligroso argumento de dicho ministro del pasado; pero persisten discursos en los que se habla simultáneamente de los problemas del alcoholismo y del consumo de drogas como la cocaína o la marihuana, o el terrible paco y cosas similares, sin que en esos discursos se aclare la gran diferencia que hay entre la industria de las bebidas alcohólicas y la “industria” ultra criminal del narcotráfico.

En recientes declaraciones, el ministro provincial encargado de la prevención de adicciones, Samuel López, manifestó su preocupación por el riesgo de que “se naturalice el consumo de alcohol, que es la droga de mayor consumo”. Antes, el funcionario había dicho que el alcohol sigue siendo “la sustancia más consumida en la provincia”.

Seguramente razón tiene el ministro en los datos sobre cantidades de casos de detección de adicciones y de problemas médicos que, según él lo afirma, son muchos más los relacionados con el alcoholismo. Bueno en tren de ejemplificar, tal vez el actual ministro de combate a las adicciones se haya sorprendido, como buena parte de la sociedad de Oberá, por la reciente fiesta que tuvo por actores precisamente a quienes tienen que combatir estos delitos, disfrutando de varietales de espirituosos contenidos, como una referencia pública que abona su criterio.

Pero quizá sea poco adecuado que haga escalas de consideración entre la toma de bebidas alcohólicas y el consumo de los productos que distribuyen las grandes organizaciones criminales. Desde el punto de vista de la seguridad nacional y regional son cosas muy distintas, no por las respectivas dimensiones de sus consumos, sino por la diferencia que hay entre el consumo, exagerado o no, de un producto legal o el consumo de sustancias provenientes del crimen.

El mal consumo de alcoholes debe ser considerado con criterios médicos; el consumo de drogas ilegales en cambio es un problema policial y de soberanía nacional. Los funcionarios que, desde distintos organismos estatales, participan o colaboran en las luchas contra el narcotráfico (y la prevención de las adicciones a las drogas ilegales es parte de eso) no deja entender que principalmente andan buscando borrachos.